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Tirar los servicios de mujeres por el retrete: un paso atrás

Hace cien años, la falta de baños públicos para mujeres las mantenía confinadas en el hogar. Con las instalaciones unisex y la autoidentificación, corremos el riesgo de volver a expulsar a las mujeres del espacio público.

Katie Barker
Originalmente publicado en Uncommon Ground Media, el 18 de junio de 2019

El acceso a los baños públicos es algo que las personas sin discapacidad en la mayoría de los países occidentales dan por sentado. Para quienes viven con discapacidades o en algunos países menos desarrollados económicamente, no existe tal garantía de dignidad, privacidad o seguridad. La violación y el asesinato de dos hermanas en India mientras hacían sus necesidades en un campo abierto nos muestra cuán importante es el suministro de servicios sanitarios para la seguridad de las mujeres.

En los países occidentales, sin embargo, existe una nueva amenaza para la privacidad, la dignidad y la seguridad de las mujeres. En un intento de parecer inclusivos, los servicios de las mujeres se están abriendo a cualquiera que se identifique como mujer. Aparte está la cuestión de que realmente una no se puede identificar desde o hacia una realidad biológica, ya que, como la autoidentificación se basa necesariamente en cómo una persona decide que “siente”, no hay una forma objetiva de garantizar que una persona con cuerpo masculino se “siente” realmente como una mujer.

Los baños de las mujeres son un excelente ejemplo de algo por lo que lucharon las mujeres frente a la oposición de los hombres, y de lo que los hombres ahora se están apropiando para sí mismos, obligando en el proceso a algunas mujeres a alejarse de la esfera pública. Algunos proveedores de servicios sanitarios intentan navegar por este mundo feliz de la «identidad de género» mediante la introducción de servicios sanitarios «de género neutro». Estas instalaciones unisex también ahorran espacio y dinero, pero a costa de la privacidad, dignidad y seguridad de las mujeres. Incluso de los espacios completamente cerrados que están abiertos a ambos sexos se está haciendo mal uso.

La historia de los baños públicos de mujeres es la historia de la lucha de las mujeres por tener acceso a espacios públicos tradicionalmente reservados para hombres. En el Reino Unido, la Gran Exposición de 1851 creó una moda de baños públicos. Fue George Jennings, un fontanero de Brighton, quien mostró el primer inodoro público con descarga. En 1852 aparecieron las llamadas «Salas de espera públicas», pero se presuponía que las mujeres no iban a comprometer su dignidad dejándose ser vistas entrando en un baño público, por lo que la gran mayoría de estos servicios eran para hombres.

Las mujeres siempre habían sufrido para poder hacer sus necesidades fuera del hogar. Los hombres podían, si era necesario, simplemente orinar en una calle tranquila o un callejón. Incluso sin ideas preconcebidas sobre la dignidad de las mujeres, la vestimenta y la biología dificultaban en extremo que las mujeres disfrutaran de una medida similar de libertad. Esto resultaba perfectamente aceptable para la mayoría de los hombres victorianos. Después de todo, las mujeres eran el «ángel del hogar». La esfera pública era la esfera masculina, por lo que evitar que las mujeres accedieran a los baños públicos era una forma de garantizar que la «correa urinaria» permaneciera corta. Las mujeres solo podían alejarse de su hogar tanto como lo permitieran sus vejigas. Debían planificar viajes más largos en torno a visitas a sus amigos y familiares, en cuyas casas podrían aliviarse.

¿Cómo respondieron las mujeres ante esta situación? Se organizaron por sí mismas. La Asociación Sanitaria de Damas (Ladies Sanitary Association) se formó en la década de 1850 e hizo campaña por conseguir baños públicos para mujeres. Dieron conferencias y distribuyeron panfletos, y lograron progresos limitados en la obtención de algunas de las primeras instalaciones para mujeres. La Unión de Asociaciones Liberales y Radicales de la Mujer también hizo campaña por instalaciones públicas, particularmente para mujeres trabajadoras. Se movilizaron por la inclusión de las instalaciones para mujeres en los baños masculinos existentes, pero hombres indignados protestaron porque no querían que las instalaciones femeninas estuvieran al lado de las suyas. Algunos hombres llevaron las cosas más allá, destruyendo deliberadamente modelos de baños de mujeres para demostrar lo inconveniente que serían construirlos.

No fue hasta el siglo XX cuando realmente comenzó a aceptarse la necesidad de que existieran baños públicos para mujeres. El advenimiento de los grandes almacenes y, por lo tanto, el hecho de que las compras se convirtieran en una actividad de ocio, fue lo que dotó de sentido económico para estas tiendas, como Selfridges, el proporcionar servicios a las mujeres. Así estas podrían ir de compras, tomar una taza de té en la cafetería, y vaciar sus vejigas. Cuanto más tiempo pudieran permanecer las mujeres en la tienda, más probabilidad de que gastasen dinero. El aumento de la fuerza laboral femenina, requerido por la Primera Guerra Mundial, también condujo a la provisión de baños para mujeres en algunos lugares de trabajo y desembocó en campañas de las trabajadoras para obtener más y mejores instalaciones. Estas se encontraron con resistencia en algunos casos, ya que el aumento de la fuerza laboral femenina solo pretendía ser una medida temporal para aliviar los problemas causados por el reclutamiento masculino en las fuerzas armadas.

En el siglo XXI, la lucha por los baños de mujeres todavía no se ha ganado. La UNESCO reconoce que el suministro de baños segregados por sexo es vital para superar las barreras que impiden que las niñas accedan a la educación. Sin embargo, en las escuelas de Reino Unido y Norteamérica, la provisión por sexos está siendo erosionada en favor de instalaciones «de género neutro», en realidad unisex. Esto ha desembocado en protestas, pero la mayoría de las escuelas que han introducido estos baños se niegan a reconsiderar sus decisiones. Ambos sexos muestran incomodidad al tener que compartir instalaciones, pero para las niñas existe la complicación adicional de aprender a lidiar con la menstruación en un entorno unisex. Y ya sabemos que hay niñas que faltan a la escuela durante su regla, por lo que agregar a estos problemas la presencia de varones en sus baños parece una forma más de comprometer la educación de ellas.

Quizás el aspecto más inquietante de la promoción de servicios unisex es cómo se trata a las mujeres que se sienten incómodas con la entrega de sus espacios a los hombres (y casi siempre son las instalaciones de las mujeres las que se vuelven unisex, no las de los hombres). Las acusaciones de transfobia se lanzan como confeti y se les dice a las mujeres que necesitan ser educadas para que olviden sus límites. Son las niñas que se sienten incómodas con los hombres biológicos en sus espacios las que necesitan ser eliminadas, no el hombre.

Uno de los consejos de una guía para la inclusión de niños trans en escuelas, publicada por Mermaids UK, organización tratada como experta en este ámbito por las administraciones públicas. Dice: “Escenario 1. Mi hija no quiere que un niño se cambie de ropa a su lado, ¿y si él le mira el cuerpo? Por ejemplo, en este escenario no sería apropiado retirar a la persona trans * de los vestuarios si un padre o cuidador plantea una inquietud. En esta situación, sería mucho más apropiado considerar ofrecer un arreglo alternativo para la niña que se siente incómoda con la persona trans *. Una respuesta Derechos Humanos sería afirmar que aunque el individuo en cuestión puede tener el cuerpo de un niño, que se encuentran en todos los demás aspectos de una niña y que como tales tienen derecho en virtud de la Ley de Igualdad de cambiar con las chicas y ser tratados con justicia como tal. Es responsabilidad de los miembros del personal apoyar tanto a los estudiantes trans * como a los estudiantes cisgénero para que se sientan cómodos unos con otros”.

A las mujeres que muestran inquietud acerca de la presencia de hombres que se identifican como mujeres en sus espacios se les recuerda continuamente que los hombres que quieran atacar a las mujeres no se verán impedidos por la prohibición de usar espacios femeninos. Resulta simplemente asombrosa la suposición de que las mujeres, que tienen que vivir con la consciencia constante de su vulnerabilidad frente la violencia masculina, no son capaces de entender esto. Por supuesto que las mujeres saben que la provisión de instalaciones segregadas por sexo no descarta la posibilidad de un ataque. Sin embargo, lo que sí hace esta es proporcionar a las mujeres el poder de vigilar sus espacios, llamar la atención de los hombres presentes y esperar que las autoridades actúen cuando los hombres violen las reglas. La asombrosa cantidad de hombres que argumentaron que era perfectamente aceptable que un hombre se filmara masturbándose en un retrete mientras estaba en el trabajo es otra razón por la cual las mujeres necesitan poder depender de espacios exclusivos para su sexo.

A las mujeres también se les dice a menudo que el abuso de la autoidentificación no ocurre, ni ocurrirá. Las mujeres que tienen estas inquietudes no afirman que todas las transmujeres son depredadoras sexuales. Lo que les preocupa es que algunas transmujeres puedan ser delincuentes, como en este inquietante caso en Escocia, o que los hombres se aprovechen de la incapacidad de cualquiera para desafiar su autoidentificación a fin de obtener acceso a los espacios de las mujeres. Existen hombres que se han unido al sacerdocio o se han convertido en maestros para abusar; ¿tan difícil resulta imaginarlos pronunciando las palabras «Me siento como una mujer» para introducirse en los espacios de las mujeres?

Los baños públicos de las mujeres no son solo políticos en el siglo XXI. Siempre han sido políticos. La falta de instalaciones en el período victoriano fue en parte una estratagema deliberada para mantener a las mujeres fuera de la vida pública. Del mismo modo, en la actualidad, el impulso para eliminar el derecho de las mujeres a contar con espacios exclusivos para su sexo es en parte un retroceso misógino de los derechos de las mujeres. Evitar que las mujeres desafíen este asalto a sus derechos con acusaciones de transfobia y amenazas de violencia seguramente llevará a algunas mujeres, a menudo ya marginadas, a sentir que no tienen más remedio que dejar de usar instalaciones públicas como baños y vestuarios. Esto tendrá nuevamente el efecto de limitar a las mujeres a la esfera privada y mantener la esfera pública para los hombres, y para aquellos hombres que se identifican como mujeres. Que esto se considere un daño colateral aceptable en las demandas de la autoidentificación debería ser una llamada de atención. Los derechos y los espacios de las mujeres fueron ganados por estas tras una dura lucha, y no deberían ser sacrificados para los hombres, sin importar cómo afirmen sentirse éstos.

Traducción: Laura Rivas.

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