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El patriarcado de moda se llama teoría queer

En los últimos años estamos siendo testigos de una revitalización del movimiento feminista, que se hallaba sumido en un profundo letargo desde la década de 1990. Asimismo, el contexto actual de crisis y el desmantelamiento del Estado del Bienestar ha afectado de manera evidente a las mujeres y nos ha hecho reaccionar. Los derechos que se habían conseguido tras décadas de ardua lucha y que ya se daban por inamovibles -como el derecho al aborto- han vuelto a ponerse en tela de juicio. El nuevo impulso que ha adquirido la ultraderecha en el panorama internacional ha contribuido a recuperar el machismo más rancio que parecía pertenecer al pasado. Sin embargo, en el otro lado tenemos a una izquierda que ha vendido a las mujeres y que nos quiere desbancar de nuestro propio movimiento, en pos de priorizar los “sentires” y las “identidades” (de los varones).

Las feministas estamos cada vez más acorraladas y demonizadas, por el simple hecho de reivindicar los derechos de las mujeres basados en el sexo, que es lo que siempre se nos ha negado. Hablar de nuestros cuerpos y de su mercantilización es “fobia”; y ya no es que el feminismo deba amparar todas las causas sociales, sino que el propio concepto de “mujer” debe servir para definir una cosa y su contraria.

Individualismo y negación del sexo

¿Cómo hemos llegado a este punto? La génesis la encontramos en la obra de Judith Butler, quien es considerada la precursora de la “teoría queer”, y que es la autora más estudiada en las carreras universitarias como “teórica feminista”. Para que una aportación sea feminista debe, en primer lugar, pensar en colectivo, ya que sino no estamos hablando de un movimiento social; y, en segundo lugar, debe tener potencial revolucionario. No obstante, lo cierto es que las formulaciones de Butler no cumplen ninguna de las dos premisas.

La mal llamada “Tercera Ola” (según la historiografía anglosajona) encabezada por Butler, rechazó la existencia de unas características comunes y homogéneas a todas las mujeres, es decir, desechó el sistema sexo-género que había sentado las bases de la teoría feminista desde la Segunda Ola. Este sistema fue concretado por las feministas académicas de finales de los 60 y principios de los 70, que sistematizaron la propuesta de Beauvoir según la cual “una mujer no nace, sino que se hace”.

Esta frase remitía a que las características humanas “femeninas” no eran fruto de la naturaleza biológica, sino que eran adquiridas mediante un complejo proceso individual y social. Así, establecieron una distinción entre sexo y género, entendiendo el primero como el conjunto de características biológicas que distinguían al macho de la hembra y el segundo como el conjunto de los roles y atributos asignados a cada categoría sexual. Por lo tanto, el género se comprendía como una construcción social, por lo que permitía acabar con las teorías deterministas biológicas que consideraban a las mujeres naturalmente inferiores a los hombres.

Si embargo, Butler va a afirmar que no sólo el género era una construcción cultural, sino también el sexo, por lo que eliminaba todas las características comunes que tenemos las mujeres. Siguiendo la noción de “deconstrucción” introducida por el posmodernismo, Butler instaba a deconstruir la categoría “mujeres”, argumentando que no existe tal categoría.

Si reivindica el género no es feminismo

Tal y cómo afirma Celia Amorós: “Deconstrucción… tienes nombre de mujer”. Para la filósofa española el discurso de “lo femenino sin las mujeres” va a ser característico del posmodernismo. Mujer es el nombre por antonomasia de la diferencia, “el otro” siempre es femenino, pero ahora parece que “lo femenino” puede ser disociado de las mujeres.

Para la teoría queer, las oposiciones binarias eran intrínsecamente jerárquicas, por lo que eran precisamente estas construcciones binarias, en especial la de hombre/mujer, el enemigo a abatir. Los hombres, por supuesto, quedan fuera de la ecuación. Por lo tanto, tenemos un análisis “feminista” en el que no hay mujeres y tampoco hay hombres. El enemigo ya no era el patriarcado capitalista que explotaba reproductiva y sexualmente a las mujeres en todos los lugares del mundo, sino esa categoría con la que las mujeres se empeñaban en identificarse para conformar un frente de lucha.

Judith Butler puso el foco en el género y defendió el potencial revolucionario del “travestismo”, entendido como el intercambio genérico o los juegos de roles, los cuales evidenciarían que el género es una construcción social. Sin embargo, ésta es una deducción que ya hicieron las feministas en los años 60, por lo que no es innovadora. Lo que sí es innovadora es la nueva acepción de género, que ha pasado de ser un sistema jerárquico mediante el que se oprimía a las mujeres a ser una representación, una máscara.

Si el género es una apariencia, resulta imposible discernir la parodia de lo real, y si lo real no existe, se pierde el poder revolucionario. No queda claro cómo se produciría el cambio en la sociedad a partir de una performance íntima -que no colectiva- y tampoco cómo se aplica esta teoría a la violencia real que sufren las mujeres. Recuperando las palabras de la feminista radical Sheila Jeffreys: “¿Si un varón maltrata a una mujer es porque ella adopta el género femenino en su apariencia externa?”, y, lo que es más importante: ¿Esta violencia terminaría si adoptara el género masculino y se vistiera con una camisa de trabajo?

El problema es que la supremacía masculina no se perpetúa porque la gente “no se da cuenta” de que el género es una construcción social, sino porque responde a los intereses de los hombres. El hecho de que se percataran de que pueden maquillarse no conllevaría la cesión de los privilegios económicos, emocionales y sexuales que les provee la sociedad patriarcal. Algunas críticas culturales afirmaron que Madonna rompía con la idea de la rigidez del género al adoptar la feminidad como representación. Para bell hooks, Madonna no ponía en tela de juicio las reglas de supremacía masculina ni blanca, sino que las acataba y explotaba.

Por lo tanto, vemos que esta corriente teórica no ha traído consigo una puesta en práctica revolucionaria; por el contrario, se está produciendo una recuperación de los tradicionales roles de género, disfrazados de transgresión. Mientras que el maquillaje y los tacones representaban el dolor, la vulnerabilidad y la falta de autoestima para las mujeres de los años 60, la nueva generación afirma que son maravillosos porque lo eligen. Esta idea de la libre elección vincula este nuevo “feminismo” con el individualismo consumista neoliberal y carece de la fuerza transformadora que caracteriza al feminismo.

¿Un feminismo sin mujeres?

La teoría queer, con las obras de Judith Butler de cabecera, ha arrebatado las herramientas analíticas que habían permitido a las mujeres identificar a sus opresores y luchar para mejorar sus condiciones de vida. No sólo diluye a las mujeres como parte oprimida de la humanidad, sino que nos convierte en opresoras en tanto que excluimos a otras personas en la definición de “mujer”. Toda definición es necesariamente excluyente, puesto que para construir un sujeto político con una identidad propia se requiere de una delimitación que lo diferencie de otros sujetos. La teoría marxista definió al “obrero” en contraposición al “burgués”, así como la antirracista reivindicó la identidad del “negro” frente al “blanco”. A nadie se le ocurrió cuestionar las bases del antirracismo argumentando que la categoría de “negro” era poco inclusiva, o que no se podía afirmar que existiera dicha categoría en tanto que cada persona tenía una experiencia de ser negra diferente.

Butler considera que nombrar a las mujeres reforzaba el sistema binario, que era el origen de la opresión y la opresión en sí misma. Pero si no se puede nombrar a las mujeres tampoco se puede nombrar la violencia que sufren (sufrimos) porque ésta no sería común a las mujeres, sino que respondería a situaciones específicas sin relación alguna entre ellas. Si no podemos hablar de las mujeres y de lo que nos une, ¿para qué estamos luchando? ¿Por qué lucharon durante siglos nuestras antepasadas? Mientras nos intentan convencer de que renunciemos a las categorías de “mujer” y “hombre”, las primeras siguen siendo asesinadas y violadas por los segundos, todos los días, en todos los lugares del mundo. No podemos luchar contra el patriarcado -que, por si queda alguna duda, sabemos que existe porque lo vivimos diariamente- sin nombrar a las oprimidas y a los opresores. Sin mujeres, no hay feminismo. Sin feminismo, no hay mujeres.

Alicia Martínez

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