El feminismo no puede renunciar a Beauvoir
Simone de Beauvoir y El Segundo Sexo son, por mérito propio, dos nombres inseparables de la historia y práctica feminista. El libro de la filósofa francesa es una de las más importantes obras del siglo XX, y una pieza clave en el desarrollo de la teoría feminista posterior, influencia para aquellas que la reivindicaron o la criticaron. Sin embargo, es cierto que la lectura de la obra, por su complejidad filosófica y su extensión (depende de la edición, pero sobre las 800 páginas), no es ni mucho menos sencilla, y requiere tiempo. No obstante, la filósofa es reivindicada por muchas feministas y utilizada para defender una idea y la contraria. Y esto supone un problema, porque, aunque una obra siempre admita diferentes interpretaciones o críticas, lo que ocurre a veces con Beauvoir es una tergiversación.
¿Quiénes eran las mujeres para Beauvoir?
Publicaba hace unos días un post sobre la filósofa francesa una conocida política que para cierta parte de la opinión pública es una referente feminista en España. Recogía dicha persona en Facebook la célebre frase extraída de la obra de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo”, y la acompañaba de una suposición de su propia cosecha, “Beauvoir sería hoy transfeminista”. La pretensión de extraer de una obra de 800 páginas tal conclusión con solo una única frase será posiblemente fruto de la instantaneidad que caracteriza el mundo en el que nos movemos. Es cierto que, comprendido su verdadero significado, dicha cita resumen bien la tesis de Beauvoir: no existe la esencia o la naturaleza femenina, todo ello es producto de la imposición y la socialización en la que se educa a las mujeres (como a las hombres en la “masculinidad”).
Las mujeres no encarnan de manera natural la feminidad en ninguna de sus formas. Por tanto, el ideal de “mujer” que se impone a las hembras humanas y a través del cual se las mira y juzga es una construcción social y no una parte inherente a ellas. Todo este proceso lo relata la filósofa en su libro. Ahora bien, esa asignación no se atribuye de manera arbitraria sobre todos los bebés que llegan al mundo. No se lanza una moneda al aire para decidir a qué bebé se le perforarán las orejas para colocarle un par de pendientes. Ese proceso solo se impone sobre las que nazcan con un sexo determinado: vagina, útero, ovarios, etc. (las mujeres, vaya).
Por ello, de ninguna manera Beauvoir expresó con su frase que las mujeres fueran en sí una creación y que no se naciera mujer. Sí se nace mujer, pero ser mujer no es (fuera de la historia, la sociedad y la cultura) nada más que poseer ese sexo determinado, lo demás es todo social. Si nos ceñimos a su obra, que es lo que de ella tenemos, es una manipulación considerar que Beauvoir defendería en la actualidad que las mujeres no comparten una determinada biología, sino que son aquellas que poseen una “identidad” subjetiva e imposible de percibir que se desarrolla individualmente en cada ser humano.
Si la política que compartió tal afirmación se ha leído al completo la obra solo ella lo sabrá, pero su deducción es completamente ajena al libro y a su autora. Ni Beauvoir renuncia a la biología ni la considera un determinante de la subordinación de las mujeres. La filósofa, que dedicó un capítulo completo de su obra a revisar “los datos de la biología”, no negaría la importancia que ésta tiene, y que no es un espejismo o un quimera como algunos defienden ahora, ni una completa invención de la sociedad, sino que existen determinados procesos y diferencias entre los dos sexos que conforman la especie humana, pero que éstas no justifican la opresión a la que se ha sometido a las hembras humanas, como defiende la autora:
Estos elementos biológicos son de enorme importancia: desempeñan en la historia de la mujer un papel de primer plano, son un elemento esencial de su situación: en todas nuestras descripciones ulteriores nos referiremos a ello. Y es que, dado que el cuerpo es el instrumento que tenemos para relacionarnos con el mundo, el mundo se presenta muy diferente en función de que lo vivamos de una manera o de otra. Por esta razón los hemos estudiado tan profundamente, porque son una de las claves que permiten comprender a la mujer. Sin embargo, lo que rechazamos es la idea de que constituyan para ella un destino predeterminado. No bastan para definir la jerarquía de los sexos; no explican por qué la mujer es la Alteridad; no la condenan a conservar para siempre este papel subordinado.
Mujer se nace, pero oprimida no
El propósito de Beauvoir es demostrar que es un proceso histórico el que ha hecho de las mujeres el “segundo sexo”. En ninguno de sus planteamientos se niega la biología, la existencia de las mujeres o se afirma que las mujeres no existan como sexo. Lo que ella postula es que “la biología no es suficiente para ofrecer una respuesta a la pregunta que nos ocupa: ¿por qué la mujer es Alteridad?”, y prosigue, “se trata de saber cómo se ha encarnado en ella la naturaleza en el transcurso de la historia; se trata de saber lo que la humanidad ha hecho con la hembra humana”.
En el repaso histórico que hace en la segunda parte, la autora expone el tratamiento misógino y la expropiación que han sufrido las mujeres de sus cuerpos, de su sexualidad y de su capacidad reproductora. Ofrece Beauvoir datos reveladores sobre la evolución de la reproducción y el control de las mujeres sobre ella como forma de emancipación. Afirma que para las mujeres fue fundamental tanto acceder al trabajo productivo como el control de la reproducción para conseguir avanzar. Los métodos anticonceptivos, el aborto, la maternidad, la iniciación sexual o la menstruación son cuestiones que Beauvoir aborda para revisar las construcciones sociales, las imposiciones, las prohibiciones o los estigmas que han rodeado a las mujeres y de los que todavía hoy somos herederas y víctimas. Por ejemplo, Beauvoir habla de las falsedades, el tabú y el desprecio puesto sobre la menstruación:
Al igual que el pene saca del contexto social su valor privilegiado, el contexto social convierte la menstruación en una maldición. El uno simboliza la virilidad, la otra la feminidad: porque la feminidad significa alteridad e inferioridad, su revelación se acoge con escándalo. La vida de la niña siempre se le aparece como determinada por esta esencia impalpable a la que la ausencia de pene no consigue dar una imagen positiva: se ve a ella misma en el flujo rojo que se escapa entre sus muslos.
(…)
En una sociedad sexualmente igualitaria, sólo vería la menstruación como su forma singular de acceder a la vida adulta; el cuerpo humano conoce en los hombres y las mujeres otras muchas servidumbres más repugnantes; es fácil asimilarlas porque, al ser comunes a todos, no representan una tara para nadie; la regla inspira horror a la adolescente porque la precipita hacia una categoría inferior y mutilada.
Muchas de las mujeres que lean esto habrán pensado sobre sus primeras reglas. No es una proceso de enfermedad, no es nada vergonzoso ni antinatural, y todas la tenemos (salvo en casos en los que exista alguna anomalía y ello no las hace “menos mujer”). Sin embargo, no lo vivimos como algo “normal”, sino como una “maldición”. Porque nadie nos habla de ello, y lo único que nos llegan son mensajes acerca de lo “terrible” que será, y la suerte que poseen los hombres de no tenerla. Lamentablemente, para vergüenza de esta sociedad, la obra de Beauvoir explica mejor que cualquier texto escrito recientemente cómo viven las mujeres del mundo la relación con su propio cuerpo a causa de una ideología patriarcal que lo inferioriza.
El hecho de que para muchas mujeres su propia biología sea un obstáculo es consecuencia de que la sociedad patriarcal la haya conceptualizado como una condena y ella haya interiorizado esta perspectiva desde la infancia. Esta contienda interna que las mujeres viven con su propio cuerpo durante toda su vida es expuesta por Beauvoir cuando relata la experiencia vivida de las mujeres en las diferentes etapas de su existencia:
Vive todo su cuerpo con desazón. La desconfianza que siendo niña sentía por sus “interiores” contribuye a dar a la crisis menstrual el carácter sospechoso que la hace tan odiosa. Por la actitud psíquica que suscita, la servidumbre menstrual se convierte en un obstáculo importante.
La explicación de cómo las propias mujeres han interiorizado la concepción de alteridad no sería posible sin ese relato histórico de la construcción de la opresión y las relaciones de poder entre los sexos. Ni tampoco sin ese repaso a las vivencias que las mujeres, aunque de manera diferente y en distintas realidades, comparten entre ellas. Lo que luego Kate Millet definiría como “colonización interior” no es sino esa socialización que encierra a las mujeres en una subjetividad que no les permite ser conscientes de esa desigualdad a la que se las ha sometido solo por haber nacido con un sexo determinado, y mucho menos posibilita que luchen por erradicarla. ¿Cómo enfrentarte a algo que consideras el orden natural de las cosas?
Si desligamos estas experiencias del hecho de ser mujer la obra de Beauvoir pierde todo su sentido. No se puede experimentar la opresión a la que el patriarcado somete a las mujeres si no se ha nacido mujer, porque mujer se nace, aunque todo lo que se hace después con ella es una injusticia histórica que pervive hasta la actualidad, y que sin duda sabe cómo adaptarse. No es extraño que en el mismo momento en el que se define a las mujeres como un “sentimiento”, como una “identidad” subjetiva e indefinible, se nos presente alquilar nuestros vientres como un “acto de amor”, y la violación pagada como un trabajo. En el mismo momento en el que se sientan los cimientos de un mercado globalizado cuyo producto son las mujeres, se intenta cambiar la definición de mujer, se las deshumaniza y se las denomina “personas con vagina”, “cuerpos feminizados” o “cuerpos gestantes”.
Las feministas necesitamos a Beauvoir
Quien no ha nacido mujer en esta sociedad patriarcal no puede entender que para ser verdaderamente libres las mujeres debemos recuperar nuestro cuerpo. Cuesta más entender que las propias mujeres nos borren, pero hemos asumido que no contamos con todas, aunque estemos por todas y cada una de ellas. Lo que el patriarcado nos ha enseñado sobre nuestros cuerpos es que nunca eran como debían ser, que teníamos que ocultarlos y que quienes tenían que disfrutarlo eran los hombres. Nuestros cuerpos han sido expropiados para luego ser explotados fundamentalmente de dos formas: la reproducción y la sexualidad.
Beauvoir sabía perfectamente que esta lucha requería que las mujeres se unieran y que su situación económica fuera de independencia: “esta liberación sólo puede ser colectiva, y exige ante todo que se culmine la evolución económica de la condición femenina.” Pero la sociedad continúa construida sobre los pilares del patriarcado, y ello supone que debemos derribar esa estructura que sostiene la jerarquía entre los sexos y en la que cada mujer del mundo es “educada” en una esclavitud que se le presenta como su destino y contra la que no puede rebelarse individualmente. Explica Beauvoir que los simples cambios estéticos o individuales no combaten la opresión:
Precisamente porque la idea de feminidad se define artificialmente desde las costumbres y las modas, se le impone a cada mujer desde fuera; puede evolucionar de forma que sus cánones se acerquen a los que adoptan los varones: en las playas, el pantalón ha pasado a ser una prenda femenina. Esto no cambia nada en el fondo de la cuestión: el individuo no es libre de modificarla libremente. La que no se adapta se devalúa sexualmente y por lo tanto socialmente, ya que la sociedad ha integrado los valores sexuales. Por rechazar los atributos femeninos no se adquieren atributos viriles; ni siquiera una mujer travestida consigue convertirse en un hombre: es una mujer travestida.
No se puede huir del ser mujer, igual que no se puede llegar a ser una por deseo o voluntad. La lucha que hemos emprendido busca la liberación de las mujeres de su opresión, no su supresión como sexo. Ello implica el enfrentamiento con un sistema de dominación sexual histórico, y con algunas manifestaciones prácticamente fosilizadas e incuestionables. Parte de esa lucha conlleva ese cuestionamiento y esa ruptura que no va a agradar a muchos. La obra de Beauvoir marca muchas de esas líneas que ya han sido recorridas sobre cómo se sostiene la subordinación de las mujeres.
Es materialmente imposible, y no se pretende, plasmar y analizar cada página de las más de 800 que conforman El Segundo Sexo. Nuestra propósito es reivindicarla, y eso solo se puede hacer desde el respeto a su figura como filósofa y a su obra. Ello no impide criticarla, cuestionarla o no idealizarla, pero no permite ni tergiversarla, ni manipularla ni arrebatarle el prestigio que merece por su aportación al pensamiento universal.
Las feministas no vamos a entregar a Beauvoir cuando es parte fundamental de nuestra genealogía, no la única, ni por eso intocable, sino la que escribió un libro que para todas las feministas posteriores fue una fuente de inspiración, tanto para continuar sus líneas como para criticarla. Las radicales de los años 60 se autodenominaron “hijas de Beauvoir”, y nosotras creemos necesario continuar ese homenaje y decirnos “nietas de Beauvoir”.
Algunos nunca alcanzarán a entender qué valor tiene su lectura para las mujeres porque simplemente no pueden hablar como una, pues, como se lee precisamente en su libro, la condición de mujer no es una cuestión abstracta, sino situada en un cuerpo. Otras podrán considerar, por el motivo que sea, que su lectura y sus aportaciones carecen décadas después de su vigencia. Nosotras creemos que su reivindicación es todavía muy pertinente, aunque el feminismo no acabe con ella y haya decenas de textos y autoras que valga la pena leer y estudiar.
En 1970 Shulamith Firestone publicó La Dialéctica del Sexo. La autora radical le dedicó su libro a Beauvoir con la siguiente cita: “A Simone de Beauvoir. Que ha conservado su integridad”. Nosotras, como feministas radicales, reiteramos las palabras de Firestone y no renunciamos a la filósofa como autora todavía imprescindible para comprender y luchar contra nuestra opresión, no mientras el patriarcado existe y sus variaciones troyanas quieren apropiársela y arrebatárnosla.
Sandra D. Guerrero