SI TOCAN A UNA, NOS TOCAN A TODAS
A lo largo de la historia, desde diferentes disciplinas como la filosofía, la biología, la medicina o la psicología, los hombres han tratado de definir a las mujeres por su carácter esencial, es decir, las mujeres ocupan un lugar subordinado en la sociedad porque son esencialmente diferentes a los hombres y esto pertenece al “orden natural de las cosas.” Para legitimar esta desigualdad era necesario dotar a este orden de un estatus ontológico: cuando determinadas categorías o realidades se consideran naturales poseen una inmutabilidad sobre la que la voluntad humana no puede operar.
El feminismo, desde sus raíces ilustradas hasta nuestros días, ha luchado -y lucha- por poner al descubierto todos los mecanismos de opresión ejercidos contra las mujeres. Cuando Beauvoir escribió “no se nace mujer, se llega a serlo” marcó el inicio de una etapa en la teoría política feminista cuyo fin era desvelar el carácter cultural de las diferencias entre ambos sexos. Como dice la maestra Celia Amorós “conceptualizar es politizar”, así, el feminismo acuñó conceptos como “género” o “patriarcado”. El patriarcado es una estructura de poder, con unas raíces antropológicas muy profundas, que divide espacios en función de sexos, siendo las mujeres relegadas a una posición subordinada con respecto al varón. El género es la herramienta a través de la cual el patriarcado se perpetúa y emergió para designar todos los aspectos que son construidos socioculturalmente sobre la base de nuestra diferencia sexual, por lo que se hizo necesario operar con el binomio sexo/género para diferenciar aquella realidad material y anatómica relacionada con la capacidad reproductiva del ser humano de aquellas características socialmente construidas que son atribuidas a cada uno de los sexos para reproducir y reforzar el orden patriarcal.
Feminismo frente a la posmodernidad
A finales del siglo XX irrumpe la posmodernidad iniciando un cambio de paradigma tanto en las ciencias como en la cultura y la sociedad. La posmodernidad se caracteriza, entre otras cosas, por un marcado carácter individualista: la sociedad pasa a estar compuesta por una mezcla de individuos atomizados orientados cada uno de ellos hacia sus propios deseos e intereses, dejando atrás los ideales ilustrados, el universalismo racionalista y la confianza en el progreso. La irrupción del pensamiento posmoderno en el escenario feminista ha traído unas consecuencias nefastas para los derechos de las mujeres, desde posiciones postestructuralistas se pone en entredicho la propia categoría de “mujer”, desestabilizando el sujeto político del feminismo y, al mismo tiempo, el concepto de “género” pierde toda la carga política y analítica al convertirse en un concepto identitario, que es lo que vamos a analizar a continuación.
En las últimas décadas, desde el transactivismo y desde determinados postulados de la teoría queer, el concepto de género está sufriendo una transformación en absoluto inocente, a mi juicio. El género se relaciona con una “vivencia interna” que cada uno puede elegir independientemente del sexo con el que nace y de la socialización impuesta. La trampa de la “identidad de género” despoja al concepto de género de toda la carga política y analítica que nos ha servido a las mujeres tanto para explicar las causas de nuestra subordinación como para elaborar políticas públicas de acción positiva basadas en nuestro sexo. El transgenerismo no se entiende sin una noción esencial de género, un género totalmente despolitizado y alejado de nuestra lucha que choca frontalmente con las bases del feminismo y con los intereses de las mujeres como colectivo. Su práctica se fundamenta en el refuerzo de los roles estereotípicos que queremos abolir. El género se convierte en una fiesta, un disfraz, algo que eliges y que pretende ser políticamente efectivo y transgresor. Desaparece el sexo como una categoria estable e inmutable y con él nuestra base biológica donde subyace la causa primera de nuestra opresión.
El antifeminismo se materializa
El problema no sería tan grave si no se pretendiera legislar sobre este concepto de género tan vacío de historia y si no pretendiera ser institucionalizado. Todas conocemos la ley que está actualmente en el parlamento esperando ser aprobada —todas las feministas que estamos en redes sociales y nos interesamos activamente en este tema, quiero decir, porque el debate, como era de esperar, no ha trascendido públicamente—. Hay toda una campaña orquestada contra la libertad de expresión: las mujeres que se atreven a hablar, a ser críticas y a defender un sistema abolicionista de género (y sí, digo se atreven porque requiere cierto grado de valentía) directamente son tachadas de tránsfobas, son despedidas de sus puestos de trabajo, son el centro de diferentes campañas de odio, acosadas en redes sociales, intentan hundir su reputación o les niegan espacios para hablar. Una auténtica caza de brujas en pleno siglo XXI.
Es de una importancia crucial conseguir que esta ley no salga adelante porque están en juego nuestros derechos, los derechos de todas las mujeres. El sexo con el que naces sí importa en un mundo donde aún te siguen matando por nacer con vagina, donde las cifras de mujeres violadas o asesinadas por hombres siguen siendo un escándalo o donde la mutilación genital femenina sigue siendo una realidad en algunos países. Las mujeres necesitamos la carga política de nuestra biología para seguir elaborando nuestro proyecto emancipatorio. Si no podemos definir lo que es ser mujer, no tenemos nada, se desarticula y despolitiza toda la lucha.
El orden patriarcal reforzado
La “identidad de género” no se entiende sin un trasfondo esencialista, no hay características inherentes a un sexo o a otro, no existen los cerebros rosas y azules, el mensaje casi dos siglos después sigue siendo el mismo. Pero ser mujer no es un sentimiento subjetivo. Ser mujer no es sentirse mujer, ni desear serlo. El género no se elige. Género es opresión.
Género es que te maten antes de nacer al saber tu sexo, que te casen en contra de tu voluntad cuando eres niña. Género es tener miedo a volver a casa sola. Género es ablación, prostitución o explotación. Esto es lo que implica nacer mujer en una sociedad patriarcal.
La historia misma del feminismo nos ha enseñado que las grandes conquistas de las mujeres han requerido de mucho tiempo y de mucho esfuerzo, los avances siempre han sido lentos y aunque las respuestas patriarcales han sido agresivas y contundentes consiguieron derechos que nos fueron negados y que hoy nos parecen fundamentales. La razón se impondrá en algún momento. Nos tienen enfrente cargadas de argumentos y mucha fuerza, porque se lo debemos a nuestras predecesoras y a su lucha, gracias a la cual hoy nosotras podemos votar o ir a la universidad, y que acuñaron conceptos tan importantes que resultan imprescindibles para nombrar esa realidad en la que vivimos las mujeres. Se lo debemos a todas las mujeres que ya no están. A las violadas y a las asesinadas. A las niñas que, por nacer mujeres, son condenadas a una vida llena de violencia y abusos, cuando no a la muerte. Y a las que no llegaron a nacer. Por ellas, por nosotras y por las que vendrán. Porque si tocan a una, nos tocan a todas.
Marta Hortal