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¿QUÉ ES UNA VIOLACIÓN? Sobre el consentimiento y el deseo

Germaine Greer plantea en su ensayo publicado en 2019, Sobre la Violación, que sustituir esta palabra por la de ‘agresión sexual’, solo hace “enfatizar el grado de violencia empleado, cuando la violación en sí misma no implica violencia. Se puede violar a una mujer dormida sin llegar a despertarla.” Lanza la idea de que el concepto jurídico ‘agresión sexual’ puede estar poniendo límites a lo que significa la violación, que tendría un alcance mucho más amplio. Un ejemplo de estas limitaciones podría ser cuando a las abolicionistas se nos llama ‘exageradas’ por decir que los puteros pagan por violar. Estamos de acuerdo en que acceder sexualmente al cuerpo de una mujer que no te desea en ese momento, es violar ¿no? Debería dar igual que utilizases la fuerza para conseguirlo, alcohol o drogas para anular su voluntad o dinero para condicionarla. Todo es violación. ‘La violación en sí misma no implica violencia. Se puede violar a una mujer dormida sin llegar a despertarla’.

De la misma manera que al diferenciar la trata de la prostitución se crea la ilusión de que puede existir una prostitución ‘mala’ y una prostitución ‘buena’; ¿podría ser que ‘agresión sexual’ haya creado la ilusión de que solamente si se ha utilizado la fuerza para acceder sexualmente al cuerpo de una mujer, estemos hablando de violación? Dice Greer que “el sexo no consentido es algo banal y absolutamente común” y que solo podríamos llegar a entender su incidencia si lo enmarcamos “en la psicopatología de la vida cotidiana”. Cita un estudio de 2004 en el que a través de una encuesta telefónica a 1.501 estadounidenses, se mostró que el 48% de las encuestadas fingían sus orgasmos, en el caso de los hombres solo el 11%. También menciona un artículo del Huffington Post que dice que un 26% de las encuestadas decía fingirlo siempre que mantenían relaciones.  Otro de 2017 realizado por la marca Durex, cifró en 100 millones los orgasmos fingidos en Gran Bretaña, cada semana.

Sabiendo que el modelo de sexualidad misógino y falocentrista en el que nos educan, donde el placer y el orgasmo de las mujeres, como en la pornografía, no tienen un papel importante, estos datos subrayarían dicha realidad, pero Greer los comparte para plantear también otra reflexión: ¿cuántos de esos orgasmos fingidos responden a relaciones sexuales no deseadas por las mujeres? Y no se refiere a las mujeres en prostitución. ¿Cuántas veces los hombres acceden sexualmente a cuerpos de mujeres que, en ese momento, no les desean? ¿Es una exageración que Greer escriba en su ensayo sobre ‘violaciones cotidianas’? De la misma manera que la violencia machista no es solo la que ocurre dentro de la pareja sentimental, ¿las violaciones pueden estar más presentes en nuestras vidas de lo que pensamos, y no ser solo las que aparecen en prensa y noticiarios abriendo titulares?

Susan Brownmiller escribió en 1975: “Que algunos hombres violen supone una amenaza suficiente para mantenernos a todas las mujeres en un estado constante de intimidación.” Germaine Greer cita un estudio de 2008 en el que las mujeres participantes sostuvieron tener más miedo a la violación que a cualquier otro delito violento, un temor que se desarrolló en la infancia, entre los 2 y los 12 años, en parte debido a “las advertencias de sus padres respecto al peligro de los desconocidos”. Otra investigación explica que más de 1/3 de las mujeres estudiadas se preocupan por sufrir una violación al menos 1 vez al mes, “otras dicen que es un miedo que siempre les ronda la cabeza” y otro tercio afirma no preocuparse por ello “pero que, de todos modos, toma precauciones para protegerse”. Además del ego patriarcal por el que algunos hombres creen que tienen el derecho de apropiarse de la voluntad, los cuerpos y la sexualidad de las mujeres; existe la ‘cultura de la violación’ que promueve esta violencia, además de proteger a los agresores. “Igual que no es el pene el que comete la violación, ni la testosterona la que la impulsa, como tampoco lo es un deseo sexual abrumador, la castración, sea química o quirúrgica, no va a eliminar el odio de los hombres hacia las mujeres. La violación no es un delito sexual, si no un delito de odio.”, dice Greer.

La autora invita a reflexionar sobre las pocas facilidades que se dan a quienes han vivido una violación. Dice que, por un lado, se magnifica la violación en el imaginario cultural, hasta el punto de que se considera como ‘lo peor que le puede pasar a una mujer’ y, por el otro, se anima a las mujeres a denunciar el delito mientras que el proceso judicial por el que tendrán que pasar, sumado al amarillismo de los medios de comunicación, sí o sí las revictimizará. Es decir, que el patriarcado da a los hombres el derecho a violarnos, a nosotras nos deja muy claro que es algo terrible, incluso de lo que podremos ser las responsables, pero que podemos castigar a ese(os) hombre(s) tan malo(s) en una democracia que aspira a ser igualitaria (mal(os) ciudadano(s) pero buen(os) hijo(s) del patriarcado). Eso sí, el precio de castigarle(s) es que volvamos a sentirnos humilladas, que no olvidemos que nos han violado y que suframos por ello continuamente. Por poner un ejemplo cercano en el tiempo, la víctima de ‘La Manada’ fue vigilada para desacreditar que hubiera sufrido una agresión sexual. Hubo quienes defendieron que esta no había ocurrido porque la chica “Fuma, sale de marcha y toma café con amigos”.  Este espionaje no ha sido considerado un delito contra su intimidad, forma parte de ese camino de la penitencia que hay que atravesar para que un(os) sano(s) hijo(s) del patriarcado sean ajusticiados en una democracia (que se considera) igualitaria.

Parece como si ese ego masculino que se ha creído con el derecho de violar a una mujer no pudiese consentir que esa mujer superase tal ofensa. Parece como si hubiese que garantizar como fin último de la violación, la destrucción para siempre de la vida de una mujer. “Superar una violación pasa a ser una actividad sospechosa en sí misma”, escribe Germaine Greer. También dice, sobre el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), que mientras solo el 20% de los veteranos de guerra lo tienen, lo sufren el 70% de las víctimas de violación. La autora no trivializa lo que debe ser vivir una violación pero escribe: “No tenemos ni idea de qué parte del sufrimiento se deriva de los propios exámenes, de la recogida de muestras o de tener que contar su historia una y otra vez, y luego defenderla (…) la conmoción más catastrófica, sin duda, debe de llegar cuando, como ocurre con demasiada frecuencia, el jurado no condena al violador.”

Greer apunta que, “entretanto, el verdadero alcance del sexo sin consentimiento nos resulta todavía inimaginable». Las feministas condenamos la violencia contra las mujeres en todos los escenarios posibles. Invadir la intimidad de las mujeres, condicionar su consentimiento sexual, no respetar su libertad sexual, es violencia. Nos llaman exageradas porque ‘¡ahora todo es violencia!’. Los sistemas de dominación están tan bien definidos y articulados que no hace falta la fuerza bruta para mantener la dominación. Con una simple mirada te pueden hacer sentir vulnerable, también con el silencio y también con un comentario que aparenta ser amable o halagador. Si el comentario viene, además, de un hombre cercano que conoces, la cosa se complica porque la línea que separa el acoso de la insistencia parece que se difumina. No sería nada fácil que el ego masculino ejerciese su derecho de acceder a los cuerpos de las mujeres, aunque estas no les deseen en ese momento, si no fuese así. Como hemos dicho, los sistemas de dominación están tan bien definidos y articulados que no hace falta la fuerza bruta para mantener la dominación. La libertad sexual, decir no y decir sí cuando se quiera, donde se quiera y a quien se quiera, ha sido y es un privilegio masculino. Para que sea un privilegio masculino es obligatorio que nosotras no dispongamos de él.

¿Conquistaremos la libertad sexual para las mujeres cuando la sociedad, mujeres y sobre todo hombres, seamos conscientes de lo que es una violación?

AROA PADRINO PÉREZ

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