Pornografía versus Sexo
Estudios recientes1 muestran que la edad del primer acceso a contenidos pornográficos en internet son los ocho años. La edad de inicio no es lo más preocupante. Hace cuarenta años, cuando no había internet, el primer contacto con la pornografía rondaría, seguramente, una edad similar. Sin embargo, ese primer contacto solía consistir en la visualización de imágenes de cuerpos desnudos en revistas que se vendían para hombres y que, accidentalmente, caían en manos infantiles. Sin lugar a dudas, ha habido en las últimas décadas un cambio cualitativo y cuantitativo en el primer contacto con la pornografía por parte de los y las menores, pasando de fotos sexualmente explícitas y de visualización eventual a secuencias audiovisuales de contenido violento y misógino de forma recurrente.
Lo que resulta más inquietante hoy es que el primer acceso audiovisual con las prácticas sexuales sea tan temprano y muestre situaciones lejanas a lo que sería deseable que un/a menor entendiera por sexo/sexualidad. En las propias películas pornográficas se observa un cambio de contenidos desde sus inicios. La primera película de este género mostraba a una mujer realizando un striptease (1896, “Le Coucher de la Marie”). En la actualidad, los vídeos pornográficos más vistos hacen referencia a violaciones de mujeres, de manera más o menos explícita. En particular, durante la cuarentena del covid19 uno de los tipos de vídeos más vistos es de violaciones en el hogar.
Los deseos que tenemos los seres humanos varían en cada sociedad y en cada época, es decir, forman parte de la cultura. Las fantasías sexuales -un tipo de deseo humano- también son cambiantes y, lo sabemos, pueden ser fácilmente inducidos. ¿Desean las mujeres ser violadas? Las mismas mujeres que gritan “no es abuso es violación”, ¿podrían desear ser objeto de esa violencia? La respuesta es no, pues precisamente una violación sexual es algo que las mujeres tememos y tratamos de evitar desde que tenemos uso de razón. Y mientras en nuestro país se registra, oficialmente, una violación cada 6 horas2, llevada a cabo por uno o varios hombres contra la libertad sexual de una mujer, el imaginario pornográfico construye bajo la falsa imagen de la “libre elección” y el “sexo” la idea de que las mujeres desean esa violencia.
Pese a que sufrir una violación no es un deseo de las mujeres, la pornografía actual está plagada de vídeos con esta temática. Existe una cantidad ingente de ellos en los que uno o varios hombres fuerzan a una mujer a realizar prácticas sexuales que ella no desea inicialmente, pero que frecuentemente termina aceptando. La pornografía nos muestra, de este modo, un paradigma de hombre (propuesta de lo masculino) y un paradigma de mujer (propuesta de lo femenino). Mientras que al primero le presenta con poder y control a la segunda la muestra como manejable, irrelevante y objetualizada, como una excusa para ensalzar a aquel y anular a esta. De manera más o menos explícita el deseo de uno se impone sobre el de la otra. La pornografía ofrece paradigmas de violencia y poder ejercidos por hombres y aceptados por mujeres, con todas las consecuencias físicas y psicológicas que esto conlleva y que, obviamente, no se perciben en los vídeos y que el negocio de la pornografía trata de ocultar. ¿No resulta esta propuesta, cuando menos, incongruente con lo que las sociedades modernas buscan, a saber, la igualdad entre mujeres y hombres? ¿Es posible presentar una imagen de las relaciones entre los hombres y las mujeres en el plano de la sexualidad tan opuesta a lo que, al menos oficialmente, buscamos en las “sociedades desarrolladas” sin que salten las alarmas?
La pornografía está catalogada como ocio de sexo para personas adultas. Con esta definición el debate queda cerrado antes de comenzarlo, pues la violencia no puede ser ni ocio ni sexo. La pornografía muestra una sexualidad deformada que entra en claro conflicto con la educación afectivo sexual en la que se intenta formar a niños, niñas y adolescentes en los centros educativos3 y en las familias. Así, cuando un/a menor accede a la pornografía se quiebra su derecho a una educación sexual como parte de su formación como individuo, ya que distorsionará todo lo que venga después. Está ampliamente demostrado que las imágenes que vemos influyen en nuestros comportamientos; también en la actividad sexual.
La sexualidad es, según la OMS, “una energía que nos impulsa a buscar afecto, contacto, placer, ternura e intimidad”. No es difícil comprobar que los vídeos pornográficos carecen de consideración con ninguno de estos aspectos. También dice la OMS que la sexualidad “influye en nuestros pensamientos, sentimientos, acciones e interacciones y por tanto está relacionada con nuestra salud física y mental”. Así, lo que los y las menores ven no resulta inocuo en tanto en cuanto está conformando su imagen sobre qué es el sexo, aunque la pornografía no haga sino mostrar un tipo concreto de prácticas sexuales basadas en la desigualdad y la violencia. Además, nos encontramos con una gran dificultad: la información sobre sexualidad que las familias y los centros educativos ofrecen suele llegar más tarde que el visionado de vídeos pornográficos, quedando las mentes infantiles y adolescentes a merced de la influencia de la pornografía como referencia casi exclusiva, siendo además una fuente tremendamente accesible.
Pero la pornografía no solo daña a los y las más jóvenes. Sus efectos también son preocupantes en personas adultas. La principal página de pornografía a nivel mundial5 registra un promedio de cien mil millones de reproducciones de vídeos al año. Esto equivale a la visualización de unos 12,5 vídeos por año y ser humano que habita el planeta. Desde luego, no todas las personas consumen pornografía, pero quienes lo hacen están asumiendo un modelo de sexualidad donde el afecto o el bienestar de la otra persona no son tenidos en cuenta. Además, diversos estudios que señalan que la exposición a la pornografía aumenta los riesgos de agresiones sexuales.
Según la misma web, tres cuartas partes de los visitantes son varones y el 60% está por debajo de los 35 años. Es decir, tenemos una gran cantidad de hombres jóvenes que naturaliza unas prácticas sexuales que nada tienen que ver con las definiciones de sexualidad de la OMS. Por supuesto, las mujeres que ven pornografía también asumen esto, lo que explicaría cómo muchas de ellas aceptan con naturalidad renunciar a sus deseos en aras a satisfacer los de los hombres, así como a realizar prácticas peligrosas para su salud, no solo en el plano físico, sino también en el psicológico.
La pornografía muestra el deseo masculino como aquello que hay que satisfacer a toda costa, al margen del deseo femenino, que lo llega a anular. En la pornografía se erotiza el poder de los hombres sobre las mujeres y lo presenta como deseable. La pornografía es, en sí misma, un discurso de odio hacia las mujeres. Llegadas a este punto, ¿hay modo de imponer límites a la pornografía sobre quién la ve o qué se ve? Simplemente, no los hay. El capitalismo y el patriarcado forman un tándem inseparable y este es uno de sus principales negocios4, que aumenta cada año sus beneficios multimillonarios.
Tal vez haya llegado el momento de que como sociedad nos planteemos si la violencia que naturaliza y erotiza la pornografía, así como la jerarquía que establece entre hombres y mujeres, se corresponde con el modelo de sociedad al que aspiramos y el que queremos que hereden nuestros y nuestras menores.
El feminismo hace una propuesta clara: eliminar la jerarquía patriarcal en todos sus ámbitos. Por tanto, la pornografía, que promueve y exalta el poder del hombre sobre la mujer, es una herramienta patriarcal que tenemos que destruir. Incluso la pornografía denominada feminista mantiene una propuesta que encaja en el marco patriarcal, aunque con niveles de violencia algo más reducidos al de la pornografía, digamos, convencional.
Afrontamos un auténtico reto de este siglo XXI, mucho más importante de lo que parece a simple vista. Si queremos una sociedad igualitaria, donde no se dé una relación de poder entre los hombres y las mujeres por razón de sexo, tenemos la obligación de eliminar todas las barreras que nos alejen de ella. La pornografía es una de ellas. El feminismo no puede más que ser crítico con esta clase de propaganda misógina y luchar por su abolición.
1Junio 2019. Lluís Ballester y Carmen Orte. Estudio Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, elaborado por la Red Jóvenes e Inclusión y la Universitat de las Illes Balears con entrevistas a 2.500 personas, chicos y chicas de 16 y 29 años de siete comunidades autónomas.
2 2019, según datos del INE.
3 Habitualmente, los centros educativos públicos de Educación Secundaria refieren en sus Planes de Acción Tutorial trabajar la igualdad entre mujeres y hombres. Una de las medidas que se contemplan es trabajar en las aulas la educación afectivo sexual, principalmente en la Educación Secundaria. Para ello es frecuente la realización de talleres específicos en las aulas de la ESO por parte de entidades reconocidas.
4 Cada segundo que pasa, el mundo se gasta en pornografía unos 2.500 millones de euros, según un informe elaborado por Online MBA.
Diana Huerta