El «feminismo» que no sabe quiénes son las mujeres
Este texto se publica como respuesta de la Asamblea Abolicionista de Madrid al artículo que vio la luz en Público el 3 de enero de 2020 .
Con este texto, respondemos a una representante del patriarcado troyano que, hace unos días, publicó un artículo en el que nos acusaba a las feministas radicales abolicionistas de género de compartir discurso con la ultraderecha por no aceptar y criticar las leyes de identidad y la supresión de la categoría sexo como forma de definirnos a las mujeres y visibilizar las relaciones de poder que oprimen a las mujeres. Nosotras no nos oponemos a ningún derecho, simplemente el derecho a decirte mujer no existe, lo que existen son las mujeres sin derechos y con un estatus social de segunda. La izquierda posmodernizada y sumida en el queer miente a las mujeres y pretende callar y atemorizar a las que les hemos quitado la careta.
Nos gustaría saber cuántas mujeres conocen los términos de las leyes de identidad, qué suponen en la práctica y cómo afectarán a sus vidas. Se presenta la aprobación de estas normas como un éxito y un avance social. Aclara la autora en su artículo: “pretenden (las leyes de identidad) que estas puedan cambiarse nombre y sexo de sus documentos de identidad sin necesidad de atravesar, como ahora, un violento proceso”. Así es, lo que propone la ley que Podemos presentó en 2018 es que cualquier persona, cuando lo desee, sin tener en cuenta ninguna apreciación más que su palabra y en mitad de cualquier proceso, podrá autodeterminarse como mujer u hombre sin que nadie pueda cuestionarlo. Pensemos en cómo afecta esto a la ley de violencia de género si cualquiera se puede decir mujer. Además, definir un proceso médico como “violento” nos parece una manipulación que pretende apelar a las emociones. Nosotras en cambio empleamos la razón y no el corazón, y ésta nos dice que estas leyes son anti-mujeres.
Llámennos ahora paranoicas y digan que no hay casos que demuestren este riesgo. Hace poco conocíamos que Cece Telfer, antes Craig Telfer, se convertía en la mejor deportista de la National Collegiate Athletic Association de Estados Unidos. Cuando competía con hombres sus resultados eran discretos. Ahora, ocupa el primer puesto en una categoría de mujeres. Pero si las atletas se atreven a manifestar su preocupación ante la intrusión de deportistas trans (varones biológicos) en las categorías femeninas no son siquiera escuchadas: se las insulta. Ojalá se supiera la cantidad de mujeres atemorizadas, asustadas de manifestar su opinión sobre esta cuestión que hay ahora mismo. Mujeres que nos envían mensajes en los que nos dan ánimos, pero nos confiesan que ellas no quieren hablar de ello para que no las insulten. Profesoras universitarias que no se atreven a cuestionar los planteamientos queer y seguramente infinidad de casos de personas, especialmente mujeres claro, paralizadas por el miedo. No tienen argumentos, así que su principal baza es anular el debate e insultarnos directamente, como aviso para navegantes.
Lo que ustedes promueven no es la tolerancia y el bienestar. Hablan de derechos que no existen. Toda persona tiene derecho a desarrollar su vida según sus preferencias, pero ser mujer no es una preferencia, es una realidad biológica. No es esencialista o biologicista decir esto, porque nuestra biología no es un obstáculo ni nos define como individuas, es la sociedad patriarcal la que ha establecido que sí, y su discurso comparte ese determinismo. Ser mujer u hombre no es un derecho, es una hecho. Ustedes inventan y manipulan, movidos por una falsa compasión y una fuerte misoginia, creen que cualquier violencia sufrida por un hombre que no se ajuste a las expectativas que la sociedad le impone al sexo masculino le hace mujer. Y sabemos que si un hombre sale con los labios pintados se le insultará y probablemente se le violentará. Lo condenamos, por supuesto, es un ataque de intolerancia y homofobia, pero no lo convierte en mujer. Tengan en cuenta, representantes del patriarcado troyano, que las mujeres sufrimos violencia por el hecho de serlo, no importa si nos ajustamos o no a las expectativas, en el patriarcado ya estamos condenadas.
Instrumentalizan ustedes a las personas que sufren disforia y les venden mentiras para hacerles creer que el problema lo tienen ellos. Que la terapia psicológica es per se mala y “violenta”. Mucho mejor someterse a tratamientos hormonales y cirugías que mutilan y cuya efectividad es nula, pero que se están vendiendo como la panacea por la industria médica que ya ha erigido un negocio basado en la comprensible insatisfacción que produce un sistema rígido como es el que produce el género. Son soluciones del mercado, ¿atacar la raíz del problema? no, mejor actuar sobre las personas que sufren. Lo raro aquí es que ustedes, feministas y de izquierdas según dicen, sean su principal apoyo. Pero además del interés económico, lo que a nosotras nos preocupa es la victoria que le están poniendo en bandeja al patriarcado.
Prohibido hablar del sexo biológico
Intentan ustedes que la categoría sexo, definible y constatable pese a quien pese, sea sustituida por la de género, que es precisamente la estructura social que mantiene la jerarquía entre los sexos, la relación de poder mediante la que los varones nos han oprimido históricamente. El género, que el feminismo adoptó como categoría analítica para desentrañar esas relaciones de poder, se abre paso, su uso se extiende y poco a poco se emplea con menos fundamento, hasta introducirse en el cuerpo legal como categoría para definir a hombres y mujeres. Mientras, lo que invisibiliza es la experiencia de opresión que sufrimos las mujeres. Nosotras no nos autopercibimos, nosotras no nos autodeterminamos, nosotras nacemos y somos oprimidas desde el mismo momento en el que se conoce nuestro sexo.
El género ha perdido su sentido, su carga política, y se ha convertido en una parte de la identidad de las personas. Quien compara nuestro discurso con la extrema derecha y los fundamentalismos no parece preocuparse por defender unos planteamientos individualistas que solo podemos, claro está, discutir aquí, en un estado de bienestar donde las mujeres poseen autonomía. ¿Le hablaríamos de autodeterminación de género a las mujeres indias que han tenido que extirparse el útero porque las trabajadoras que menstrúan no son consideradas buenas trabajadoras? ¿A las que les han practicado la mutilación genital femenina? ¿A los millones de niñas abortadas en países de Asia?
Sabemos que habrá quien nos acuse de racistas, de instrumentalizar a estas niñas, que nos dirá que en Europa no pasa y que las hembras humanas en occidente no tenemos nada que temer. Estamos acostumbradas a que los negacionistas de ultraderecha nieguen que las mujeres suframos ninguna violencia ni desigualdad por el hecho de serlo, tan acostumbradas como a que nos lo diga esa izquierda que pone por encima de nuestra integridad física y la lucha por nuestros derechos los sentimientos y las autopercepciones personales. Esa que niega la biología y la realidad, que nos acosa e insulta, que encubre a hombres que nos insultan o nos desean el mal.
La misoginia y la homofobia están de moda
Nos encontramos frente a la estrategia patriarcal más perfeccionada de todas, aquella que pretende suplantar el feminismo, borrar a las mujeres y su opresión y hacerlo en nombre de la “inclusión”. Sorprende que la autora del artículo mencionara a Pakistán como ejemplo de avance en materia de leyes LGTB. En Pakistán un gay puede ser condenado a muerte, sin embargo, se permite el cambio de sexo. ¿Nadie ve ninguna relación? ¿Ninguna persona con la mínima capacidad de análisis es capaz de reflexionar sobre ello? Recordamos que aquí se les dice a las jóvenes lesbianas que deben relacionarse sexualmente con “penes femeninos” porque si eres lesbianas te gustan las mujeres… (no les pidan definición de qué es una mujer porque no la tienen, la improvisarán en ese momento o simplemente le proferirán algún insulto).
Pero no solo el caso de Pakistán invita a la reflexión. Los dos países a la cabeza en operaciones de reasignación de sexo son Tailandia e Irán. En Irán presumen de no tener gays. Allí una persona homosexual puede ser también condenada a muerte, pero es donde más se cambia de sexo. Es extraño que a la “moderna” y “tolerante” izquierda no le preocupe compartir discurso con regímenes fundamentalistas, pero señale con tanta facilidad a las feministas radicales. Pero estigmatizarnos a nosotras es más fácil que pensar por lo que se ve. Sabemos que su principal arma es evitar que quien duda en esta cuestión tenga cualquier contacto con nosotras y lo que realmente decimos, que poco tiene que ver con las palabras que ponen en nuestra boca.
Nosotras, como abolicionista de género, buscamos erradicar la carga política que reviste el sexo en las sociedades patriarcales. Porque señores representantes del patriarcado troyano, el estigma y la violencia sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra sexualidad y los papeles que se nos imponen como mujeres por el simple hecho de serlo no van a desaparecer por decir que hay mujeres con pene. Queremos que las niñas crezcan conociendo su cuerpo, sin modelos idealistas fabricados por la ideología patriarcal, que puedan jugar, cortarse el pelo, revolcarse por el barro sin que el sexo con el que nacieron sea un impedimento para ello. Lo mismo queremos para los niños, que puedan salir a la calle con una falda de tul si así lo desean, y que nadie tenga que cuestionar si es niño o niña. Porque la ropa, los juegos, los sentimientos no tienen ninguna distinción para nosotras. Es la educación sexista y machista la que ha elaborado un imaginario en el que cada sexo tiene unas expectativas que cumplir, y que cuya existencia y vigencia está detrás de muchas de las violencias y las desigualdades que padecemos las mujeres.
Las feministas radicales han vuelto
Ustedes con sus teorías sobre géneros y sentires disociados del cuerpo reproducen el patriarcado. El cuento de las identidades individuales y personales ha logrado un éxito rápido y eficaz, y no es extraño. Ha actuado sobre una sociedad machista y sexista que continúa hablando de hombres y mujeres como si fueran dos naturalezas separadas y distintas y no parte de una condición humana plural. Ha nublado la cabeza de miles de jóvenes en todo el mundo a los que ha hecho creer que había algo en ellos que debían cambiar (revisen por favor los relatos de jóvenes que afirman que supieron que no eran mujeres sino hombres porque no les gustaba el acoso callejero o que sus madres les pusieran un vestido). Muchos otros se están apuntados al cuento para poder desplegar su misoginia sin ser juzgados por ello. Porque ahora solo uno mismo puede decidir si es mujer o no, así que cada uno tendrá su propia definición y en base a eso se aprueban leyes. Y nosotras sin poder cuestionarlo porque entonces vamos contra los derechos humanos.
Entendemos que ya se han percatado de ello, pero lo repetimos de nuevo: no nos van a callar. Las feministas radicales continuaremos denunciando el discurso que nos borra y va contra nuestros derechos. Pese a las calumnias, las difamaciones, el acoso, las amenazas y las mentiras, no cesaremos. Ya sabemos por nuestra historia de lucha de tres siglos que las mujeres han tenido que correr (lo siguen haciendo hoy en día) importantes riesgos para defender sus derechos. Que haya hombres que nos insulten y nos amenacen en este debate nos indica que estamos en el camino correcto. Las feministas nunca fueron aceptadas y aplaudidas, y mucho menos por los propios varones, porque atacan al sistema de dominación más antiguo y fuerte de todos: el patriarcado.
Queremos desde aquí dar ánimo a todas las feministas que por miedo no se pronuncian. No estáis solas, muchas compañeras, cada vez más, acuden a nosotras, y a otros de los grupos que han nacido en los últimos años, con miedo, asustadas, pero el feminismo y el apoyo de nuestras compañeras palian ese temor. La unión a lo largo del mundo es un imperativo en estos tiempos para defender los derechos de las mujeres y combatir a quienes pretenden que retrocedamos o no avancemos más. Seguimos aquí, por la abolición de todas las formas de violencia, por un feminismo radical, crítico e insurrecto. Las radicales han vuelto para quedarse.