De monjas y seminarios de pornografía
La semana pasada, la Universidad Complutense de Madrid suspendía el seminario Una introducción a la teoría del porno después de las protestas de sus propias estudiantes y la acción de la Asamblea Abolicionista de Madrid. Tras el anuncio de la cancelación, como era previsible, las redes se llenaban de protestas de hombres enfadados y de activistas de ese feminismo liberal hecho a medida para no molestarles. Es el de la peluquita morada y el carnaval, el que perrea contra el patriarcado, el que se ha despolitizado hasta convertirse en una etiqueta de moda con la que lo mismo se venden libros que se consiguen votos. En ese feminismo, la teoría feminista molesta y las raíces de la opresión de las mujeres se convierten, por arte de magia posmoderna, en una fuente de empoderamiento tan conveniente al sistema como las mujeres que las ensalzan. Ya lo dijo Beauvoir, El opresor no sería tan fuerte si no tuviera aliados entre los oprimidos.
El caso del seminario de pornografía es especialmente sangrante por contradecir directamente la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género en su artículo 4 en el que se desarrollan los principios rectores del sistema educativo español respecto a la igualdad entre hombres y mujeres, con una disposición específica para el fomento de esta en la formación universitaria. El seminario Una introducción a la teoría del porno legitimaba en el ámbito académico una industria erigida en torno la dominación masculina y la cosificación de las mujeres como meros objetos de placer. A lo largo de su programa, el curso glamurizaba la cultura del sometimiento femenino no solo en un contenido lleno de estereotipos y categorías machistas, sino desde la propia cartelería de la actividad. La imagen publicitaria elegida para promocionar el curso, que mostraba a una mujer desnuda, bocabajo y atada, era ilícita en la legislación publicitaria vigente, contraviniendo lo previsto en laLey General de Publicidad y en las disposiciones correspondientes a este ámbito en la LIVG.
Históricamente, desde la Ilustración hasta nuestros días, la lucha contra los estereotipos de dominación masculina, el libre acceso al cuerpo de las mujeres y la erotización de las niñas han constituido reivindicaciones prioritarias del feminismo como bases de la desigualdad del sistema patriarcal. Hoy por hoy, sin embargo, ese mal llamado feminismo liberal se levanta para defender la perpetuación del sometimiento de las mujeres amparándose en el relativismo y la despolitización. Para concretar exactamente el despropósito del que estamos hablando, vamos a citar los títulos de los tres vídeos más populares en PornHub en este momento: Perrito Caliente chica adolescente duro, Perfect pussy taking horse dildo deep (Coño perfecto con dildo de caballo profundo) o Tinder Date Goes Wrong When He Cum Inside Me (Cita de Tinder se estropea cuando se corre dentro de mí).
Las críticas que la Asamblea Abolicionista de Madrid ha recibido por su acción contra el curso de pornografía no se diferencian mucho de las que han recibido las feministas a lo largo de todos los tiempos. Nos han llamado censoras, como si la libertad de expresión no estuviera limitada por lo que incurre en un delito de odio o por las medidas de protección de la infancia, como si empapelar una universidad de mujeres sometidas no guardara ninguna relación con la cultura de la violación en un país donde se denuncia una agresión sexual cada seis horas. Nos han llamado fascistas por exigir que se cumpla la LIVG, aunque sean los fascistas los que consideran esta ley innecesaria o excesiva y coincidan con ellos en cuestionarla en este punto. Y nos han llamado monjas, cómo no, como si sexo fuera un sinónimo de dominación masculina. Parece que defender una sexualidad en la que el cuerpo de las mujeres y nuestro placer sea tenido en cuenta, una en la que seamos tratadas como personas, es cosa de mojigatas en este feminismo de perreo y carnaval. Es curioso que nos llamen monjas siendo ellas las que defienden el sometimiento propio de esas “esclavas del señor” que exaltaba el cristianismo. Digan lo que digan, seguiremos luchando para liberarnos de esos estereotipos que nos convierten en ciudadanas de segunda. Porque nosotras, las feministas, no somos esclavas de nadie.
Irene Otero
Comisión de Comunicación
Asamblea Abolicionista de Madrid