Antifeminismo declarado y antifeminismo troyano
Los frentes que las feministas encaran están actualmente tanto en el exterior como en el seno del propio movimiento, donde no dejan de sucederse intentos por hacer pasar por feminismo posicionamientos contrarios o perjudiciales para las mujeres.
La ministra de igualdad protagonizó en la pasada Comisión del Pacto de Estado en materia de Violencia de Género del Congreso un cara a cara con representantes del negacionismo de la violencia que machista, que sostuvieron falsedades como que la violencia contra las mujeres en el entorno doméstico ha disminuido durante el estado de alarma. En una intervención muy acertada, Montero interpeló a quienes intentan negar esta realidad sobradamente demostrada: “¿cree que no hay ninguna condición estructural de desigualdad que esté justificando que haya millones de mujeres en este mundo hoy, a día de hoy, que no saben qué hacer mañana, que no saben si van a poder comer mañana, que no saben cómo van a poder cuidar a sus hijos mañana si a la vez tienen que ir al trabajo? ¿Creen que eso es casualidad?”.
Sin embargo, las feministas no podemos ver en la intervención de la ministra de Igualdad más que palabrería, una actuación que resulta ya muy conocida. Esta contundente defensa de los derechos de las mujeres resulta completamente vacía cuando ese mismo día la Delegada del Gobierno contra la Violencia de Género (machista) afirmaba en Twitter que los explotadores de mujeres y compradores de bebés no pueden ser llamados «delincuentes», pues lo que cometen es un fraude de ley que permite registrar a los bebés que compran en el mercado de la explotación de mujeres por culpa de la instrucción que lo permite (y que nadie en el gobierno ha propuesto todavía derogar por otro lado). Es indigno denominarte feminista y ni siquiera considerar delincuentes a los explotadores de mujeres, lo indicasen las leyes o no, pues en Ucrania es legal y eso no supone que hacerlo allí no sea una violación de los derechos humanos de las mujeres.
Montero ya demostró su pobre compromiso con el feminismo, por mucho que despliegue toda esa palabrería que funciona tan bien en videos de Twitter, cuando afirmó que ella era abolicionista pero que no quería dividir el feminismo con este tema, así que no movería ni un dedo. Lo primero que mostró es un desconocimiento sobre la historia de la lucha feminista, y de toda la teoría que ha conceptualizado qué es la prostitución y qué supone. Por otro lado, ¿qué se puede esperar de una ministra que va en contra de sus principios? El abolicionismo no es una preferencia personal, es un posicionamiento político que conduce nuestro pensamiento y nuestras acciones. No se puede renunciar a él cuando se sabe que el bienestar de tantas mujeres depende de ello. Al mismo tiempo que ella renuncia al abolicionismo, su partido político organiza videoconferencias con quienes defienden la explotación sexual como trabajo.
Las feministas nos encontramos envueltas, empujadas por fuerzas externas, por supuesto, en falsos debates que van desde el cuestionamiento de que las mujeres no somos una clase sexual oprimida sino una identidad indefinible e individualista que debe prevalecer sobre nuestra realidad biológica, motivo indiscutible por el que el patriarcado nos oprime a poco que se conozca cómo viven las mujeres en algunas partes del mundo, hasta la consideración de la explotación sexual como un trabajo cuya regulación beneficiará a las mujeres. Todo esto es ahora debatible. Mientras, las mujeres siguen sufriendo violencia y las desigualdades aumentan, y más con la crisis que se avecina, pero nuestros esfuerzos se dirigen a evitar la perdida de los derechos que sufrirían las mujeres si estas cuestiones anteriores se materializaran, y así nos alejamos del verdadero avance.
El feminismo y su producción teórica y lucha social corren grave peligro ante un intento por apoderarse de él y desarticularlo. El “si no puedes con tu enemigo únete a él” está aquí. Con una estrategia basada en una supuesta pluralidad de “feminismos”, un desprecio de la historia feminista y una deficiente comprensión lectora, todo hay que decirlo, cualquier sujeto se convierte en un feminista que aspira a sentar cátedra. El panorama actual es el de una burbuja “feminista” que ha convertido lo que es una teoría política y un movimiento social en pura opinión, que se instruye en hilos de twitter y depende de la presión de grupo que se ejerce sobre aquel que dude, como en cualquier moda, que es lo que para muchos es el feminismo.
Las que seguimos en la lucha por hacer un feminismo político y crítico para poder debilitar al sistema de dominación más longevo y potente de la historia, asistimos con preocupación a todos estos procesos. El auge de una ultraderecha que no para de cuestionar y atacar nuestros derechos, los que tanta lucha costaron, y la incapacidad para aplicar políticas feministas por parte de un gobierno que se ha beneficiado del voto feminista y tiene una cuidada campaña de marketing a costa de nuestra lucha. Hace tiempo que el “soy feminista” ya no significa nada para las radicales, al contrario, suele ir sucedido de infinidad de despropósitos.
La transigencia que se tiene con el antifeminismo es un error muy común, que seguramente esté también en el origen de la situación en la que nos encontramos. El género en el que hemos sido socializadas nos ha inculcado un sentimiento de compasión excesiva por los demás y una sensación de culpa que en política puede convertirse en cesiones aparentemente insignificantes que desembocan en agresiones hacia nosotras como las leyes de identidad de género (abominable unión de palabras) o los intentos de regulación de instituciones patriarcales como la prostitución. Es complicado desaprender mandatos que llevamos décadas interiorizando como “naturales”, como parte de nosotras mismas, y que tan solo nos hemos empezado a cuestionar recientemente. Por ello, las herramientas que el feminismo nos ha proporcionado son nuestra mejor arma. Cuando entendemos cómo y por qué se nos oprime y cómo funciona el patriarcado empezamos a encontrar respuestas, que nos otorgan cierto alivio, pero que sobre todo nos lleva a la lucha y al activismo.
Cuando el objetivo es la liberación de las mujeres no se pueden hacer concesiones que, por pequeñas que puedan parecer, son radicalmente contrarias a la causa. Los ejemplos de cómo se despolitiza y ofende a las mujeres desde posiciones supuestamente feministas son constantes. Si no lo fueran no insistiríamos tanto en ello y en su gravedad. La organización de un congreso abolicionista online con un ponente varón que ha acosado públicamente a una superviviente de la explotación sexual es un ejemplo. ¿Cómo se lucha por las mujeres sin conservar un mínimo de coherencia? No permitir que varones ocupen esos espacios no nos convierte en «odiadoras», sino en feministas congruentes con nuestras ideas.
Vivimos en sociedades injustas basadas en sistemas de dominación y donde las brutalidades más aborrecibles se normalizan en beneficio de unos pocos que pueden explotarnos al resto. Sin embargo, quienes hemos decidido luchar por las más olvidadas y vejadas, que no son un colectivo o grupo concreto sino más de la mitad de la humanidad, tenemos que saber por qué luchamos. Si defendemos que nuestra opresión la sufren algunos opresores por su forma de vestir o por haberse sometido a operaciones estéticas, que las instituciones patriarcales son beneficiosas para nosotras o tomamos posiciones de falsa equidistancia y hacemos concesiones “inocentes” hemos perdido antes de empezar siquiera. Además, nunca conseguiremos erradicar las violencias si mezclamos y confundimos experiencias y procesos diferentes.
Con una derecha en plena reacción, que nunca ha abandonado su acometida contra los derechos de las mujeres, y una supuesta izquierda que ha sacado rédito político del feminismo, pero que ha iniciado un camino para destruirlo en su propio nombre, las feministas seguimos tan solas como lo hemos estado siempre. Las luchadoras que nos precedieron tuvieron que enfrentarse a desprecios y ataques procedentes de muchos sectores, aunque es cierto que una misoginia tan despiadada disfrazada de feminismo es un peligro mayúsculo y seguramente sin precedentes. Nos toca ser firmes y defender los principios feministas por encima de cualquier otra cosa. Nosotras seguiremos en frente por muchos ataques que nos lancen, y ya sabemos de lo que son capaces, pero las vidas de las mujeres dependen de que luchemos unidas.