Bad Bunny, la exaltación de la feminidad y la vuelta a los corsés que nos oprimen
La foto que encabeza este texto pertenece al año 1968. Fue tomada durante las protestas de las feministas radicales contra la celebración en Atlantic City del certamen de Miss América. Ese día, aquellas activistas (400 más o menos) denunciaron en la misma celebración de este ritual machista que las mujeres no somos un objeto, y que los mandatos e instrumentos de la feminidad había que combatirlos y destruirlos, no reivindicarlos. En un cubo de basura de grandes dimensiones donde versaba “cubo de basura de la libertad”, las feministas arrojaron (no quemaron, pues era ilegal) sujetadores, revistas pornográficas, pintalabios y cualquier objeto que representara la opresión que sufren las mujeres en el patriarcado.
Desde que somo pequeñas, observamos que las mujeres estamos forzadas a cumplir con una serie de mandatos, cánones de belleza y comportamientos que persiguen el control sobre nuestros cuerpos y que tienen como objetivo complacer a la mirada masculina, que ha sido quien ha moldeado y proyectado qué es ser mujer en la sociedad. Para cuando nos damos cuenta de la condena que se ha impuesto sobre nosotras, momento que suele coincidir con el descubrimiento del feminismo, somos esclavas de toda una lista de normas sexuales que nos han inculcado, en esta aparente sociedad igualitaria, a través de la publicidad y los productos que consumimos (revistas, películas, series) y en nuestro día a día con comentarios y experiencias que seguro que todas tenemos en mente.
En protestas como la recordada antes, las feministas han denunciado la feminidad como un corsé que nos oprime y nos deshumaniza para hacer de nosotras seres débiles y sometidos. Pero ese espíritu emancipador que abanderaban nuestras antepasadas corre hoy peligro y está amenazado por quien incluso se define feminista. Lo vemos en las constantes exaltaciones a la pornografía y la prostitución, en los eslóganes vacíos o la apropiación de lemas como “yo decido”, que se han manipulado para defender que nosotras mismas abrazamos nuestra opresión. Hemos vuelto a vivir uno de estos episodios.
El ejemplo lo protagoniza el cantante puertorriqueño Bud Bunny y el vídeoclip para su tema “Ella perrea sola”. En las fotos de la grabación que él mismo compartió en redes ya se le veía ataviado con una peluca larga, un vestido con un prominente escote de silicona y muy maquillado. Bad Bunny decidió que para acompañar una canción en la que cuenta cómo una mujer quiere bailar sola sin que la molesten tenía que enfundarse en varios atuendos y hacer él mismo de mujer. La estética escogida es la pura expresión del estereotipo hipersexualizado de mujer. Grandes cantidades de maquillaje, plataformas, cuero… una imagen sacada de una portada de Playboy cualquiera.
Las feministas salimos a criticar que se presentara a las mujeres con los mismos estereotipos patriarcales de siempre, y que además lo hiciera un hombre, que ya se ha dejado ver en otras escenas donde se sexualiza a mujeres o involucrado con la misógina industria del porno. La indignación de las feministas era doble porque lo que el videoclip causó en primer lugar fue el aplauso de personas que afirmaban con total seguridad que Bad Bunny era feminista por romper con los estereotipos de género, reivindicar lo femenino e incluir un neón donde se lee “ni una menos”. Para algunos, la exaltación de lo que se utiliza para oprimir a las mujeres merece ser considerada feminista, porque, además, para ellos son esos elementos los que definen a las mujeres.
Las protestas y críticas que exponemos no son un capricho o una opinión nuestra, son los fundamentos que el feminismo hace ya muchas décadas desarrolló y justificó para explicar la opresión que sufrimos. La presentación de las mujeres como objetos sexuales, con toda una ristra de estereotipos machistas como prótesis de silicona, cuero, tacones de aguja o uñas kilométricas, es propaganda misógina, que daña nuestras vidas, especialmente las de las más jóvenes, y ahonda en las desigualdades entre los sexos.
Quien desee enfundarse en un vestido ceñido, colocarse una peluca, pestañas postizas y plataformas que lo haga, pero que no se adjudique la palabra mujer (y mucho menos feminista). La purpurina, el maquillaje, la ropa que limita nuestro movimiento y nuestro cuerpo son las cadenas que el patriarcado nos ha impuesto para crear a esos seres que proyecta como lo que debe ser una mujer. Pero nada de eso tiene que ver con ser mujer, la reproducción de los estereotipos patriarcales como forma de liberación es una trampa que está, en el seno de las sociedades formalmente igualitarias, en el centro de la reproducción de las desigualdades. Para colmo, hay quien intenta apropiarse del feminismo y reivindicar como liberador aquello que el patriarcado ha utilizado para oprimirnos: la “feminidad”, la cultura de la sexualización y, cómo no, sus máximas expresiones, que son la pornografía y la prostitución.
En esta línea de opinión, no tardó en salir en defensa del susodicho cantante una conocida expolítica española erigida como gurú feminista que no se sonroja mientras habla, en referencia al videoclip, de las “distintas estéticas de feminidades subersivas”, o de “representar la masculinidad vestido de rosa y entre mujeres”. La primera lección que debemos aprender como feministas es que no existe de forma natural tal cosa como la feminidad o la masculinidad. Ambas son construcciones sociales impuestas en base al sexo y que se utilizan para promover la idea de que existe una personalidad de mujer y otra de hombre, y así reproducir la opresión que sufrimos. Pero ser mujer no es un disfraz, sino una realidad biológica, y tal realidad no lleva asociada un alma o una personalidad determinada como a muchos les gusta creer.
Un discurso sexista, machista y esencialista como este jamás puede denominarse feminista. Estamos ante un discurso digno de cualquier reaccionario frente a la “amenaza” de perder sus privilegios de opresor. Este panorama promueve una visión acrítica del feminismo donde la propia reivindicación de la opresión es feminista, pero las feministas somos escoria que merece ser agredida. Se nos intenta censurar y callar, para que el estigma colocado sobre nosotras invalide nuestro discurso. Y entre tanta simpleza y tan poco feminismo parece que a veces esta estrategia funciona.
Por todo ello, es importante decir de manera clara y contundente que Bud Bunny no es feminista (de hecho, es un misógino), y tampoco lo es ningún otro artista, sea hombre o mujer, cuyo discurso promueva la cosificación y la sexualización. Feministas eran las mujeres que se rebelaron contra los intentos de los padres del neoliberalismo sexual por establecer una feminidad sexualizada y el sometimiento de las mujeres a la sexualidad patriarcal en la que todas estamos disponibles para cualquier cosa que un hombre demanda. Sabemos bien que el desarrollo de este proceso culmina con la violencia sexual que sufrimos en nuestras propias relaciones, en nuestra vida diaria o en la explotación sexual que se produce en la prostitución y la pornografía.
Las feministas buscamos derribar el patriarcado, y ello requiere que nos armemos de una conciencia crítica que cuestione todo lo que conforma esta sociedad. La reproducción de los papeles que el patriarcado nos tiene reservados jamás será feminista. Tampoco afirmar la existencia de una feminidad, sea cual sea, o promover la idea de que ser mujer es un disfraz. El vídeo de Bad Bunny no es más que una de las tantas expresiones machistas que vemos a diario, que además intenta instrumentalizar el mensaje feminista, como tantos otros están haciendo, para sacar rédito y despolitizar la lucha. Que no esperen que nos quedemos calladas.
Sandra DG